¿Qué educación queremos? Interrogantes sobre nuestro sistema educativo.

Una invitación urgente a repensar la educación como motor de transformación cultural y social en un mundo marcado por la desigualdad, la tecnología y los desafíos del siglo XXI.

Mauricio Berrios Rodas

4/2/20203 min leer

“Tenemos que revisar nuestra forma de vivir” señala el carismático líder latinoamericano, José Mujica, cuando nos invita a pensar en clave cultural el destino de la vida humana y el modelo de civilización que hemos montado. ¿Es posible hablar de solidaridad y de que estamos todos juntos en una economía que está basada en la competencia despiadada? preguntaba en 2012, con ocasión de la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, cuyas reflexiones dieron origen al informe “El futuro que queremos”.

El mundo veloz donde el cambio ha sido la constante tuvo que desacelerarse en forma abrupta, y las consecuencias sociales de una economía en recesión están a la vuelta de la esquina, pero toda crisis tiene paradojas, y, en este caso, la conexión a distancia es un remedio para el aislamiento social y permite, en algunos casos, compartir, educar y trabajar desde esa posibilidad tecnológica.

La pandemia nos estrelló con el deterioro de una institucionalidad global que exhibe una profunda crisis política, pero, además, constituye un punto de inflexión para repensar nuestra forma de habitar el planeta como ciudadanos del mundo y preguntarnos, por ejemplo: ¿Cómo queremos construir sociedad?, ¿Podremos interactuar en forma más responsable con el medio ambiente?, ¿Hasta donde aceptaremos que la tecnología controle la vida privada? y, una pregunta crucial: ¿El sistema educativo está en condiciones de promover un sujeto que reúna conocimiento, autonomía y sentido de lo colectivo para transitar hacia un desarrollo sustentable, cooperativo y a escala humana que logre responder a los desafíos del siglo XXI?

La educación es un espejo de la sociedad que vivimos. El sistema educativo, heredero de la primera revolución industrial, vió anegadas las posibilidades de creatividad por un modelo de producción en serie, tal como es retratado con maestría en “Another brick in the wall”. La cuarta revolución tecnológica constituye un cambio paradigmático y desafío para cualquier sistema educativo, porque debe sentar las bases para desplegarse en un mundo incierto y desconocido. ¿Estamos preparados como sociedad? Las particularidades de la escuela rural, metropolitana, pública y/o privada en todos sus niveles ¿están logrando enseñar y sus estudiantes aprender las habilidades necesarias para el mundo en ciernes?, y ¿cómo podemos resguardar el acceso a una enseñanza de calidad, y evitar que la desigualdad educativa se agudice aún más, en un contexto de educación a distancia donde no existe acceso equitativo a los recursos tecnológicos?

Evidentemente, hay desafíos monumentales como país para hacerse cargo de la desigualdad que el sistema educativo reproduce, pero, además, los nuevos riesgos globales exigen un cambio cultural profundo. Nuestro modelo educativo agoniza de tecnocracia experta y anhela humanismo para poner al centro la pasión por enseñar. La coyuntura desafía aún más la concepción de un sistema educativo pensado para otra época y tensionado desde su obsolescencia y contradicciones.

Paulo Freire, filósofo y educador brasileño, incorporó una mirada crítica en la educación para despertar la conciencia de los estudiantes acerca de las posibilidades que existen en el mundo con el objetivo de que logren tomar acciones para transformar sus vidas en función de su contexto socio-histórico. En efecto, la educación tiene una dimensión política, y si trasparentamos su discusión veremos que la educación distribuye poder y es un vehículo tanto para repensar y transformar, como para mantener intacta las lógicas que subyacen al modelo de desarrollo. En este sentido, la educación es una herramienta determinante para liberar y alumbrar la sociedad que queramos ser.

Avanzar profundamente en la formación ciudadana y socio-emocional, así como en la diversificación de la matriz productiva podrían ser aspectos claves para contribuir a los desafíos del siglo XXI de la mano de un sistema educativo que promueva las habilidades para la vida: comunicación, pensamiento crítico, cooperación y creatividad. En Aysén, tuve la oportunidad de participar en una escuela rural unidocente, de primero a sexto básico, y constaté el valor de que niñas y niños de distintas edades colaboren en su aprendizaje y formulen proyectos de trabajo en equipo, asumiendo diferencias y similitudes.

Nuestra Gabriela Mistral decía “según como sea la escuela, así será la nación entera”. La reflexión nacional sobre educación ha logrado cosechar, en el campo de las reformas educacionales, frutos sembrados por múltiples investigaciones y experiencias pedagógicas, pero no ha podido sustraerse del modelo de desarrollo instalado. Hoy, más que nunca, es necesario que la discusión en las esferas decisivas de la política pública sea sobre el sentido de la educación y el país que queremos llegar a ser.